viernes, agosto 26, 2005

Coincidencias de personalidad

Las almas gemelas van por el mundo y cuando las encontramos sentimos una maravillosa extrañeza. No puedo creer que haya dos seres tan parecidos, que piensen y sientan igual, que produzcan dolor de igual manera, que agradezcan y necesiten, que se cansen de lo mismo y se marchen igual.
Al leer el libro “El hombre de mi vida” de Manuel Vásquez Montalbán encontré una exacta descripción de mi intermitente y extensa relación con el “hombre de mi vida” –ya dejó de serlo, pero si que lo fue –, en la carta que recibe su famoso personaje Pepe Carvalho de su no amada Jessica. Yo tampoco fui amada.

“Nadie es responsable de mi tristeza, al contrario, yo he debido ser penosa para ti, te he cercado, acorralado, obligado a gestos, expresiones a las que nunca te hubieras encaminado por ti solo, además de todo eso no sólo no me doy por satisfecha, sino que te recrimino que no sientas lo mismo, con la misma intensidad que yo. Lo cierto es que mi adoración por ti me hizo creer que tenía derecho a exigir la misma respuesta; cuando sentí la distancia, te hubiera abofeteado. Fue mucho más tarde cuando intuí hasta qué punto te has sentido obligado; sin duda, yo he sido quien se ha lanzado al abordaje de un barco (que navegaba con rumbo fijo, no en paz y felicidad, pero sí con el horizonte adivinado) sin haber sido invitada, asaltándote por sorpresa, reclamando –exigiendo - tu atención, tu dedicación.
No creo confundirme al pensar que también ha ayudado a desconcertarme cierta dosis –lógica – de vanidad por tu parte, el deseo de querer prolongar la sensación placentera del que se siente admirado; si a eso se añaden el atractivo de la diferencia de edad que a ti te habrá alagado y el aliciente de mi buena presencia (deja que presuma de mi envoltorio) acabó por explicarme el motivo por el que me animé a pensar que tus gestos, tu inclinación hacia mí, nacían de la necesidad de compartir emociones más serias. Mi estómago es un “matasuegras” cuando me encuentro con tigo; mi más importante objetivo no es saber de las inquietudes de Mauricio.
Tienes una necesidad de cariño que nunca consigues saciar, a ese problema se añade tu generosidad –entrañable - que te obliga a corresponder - ¿agradecer? – a los que te quieren. Este comportamiento acaba siempre en un atasco que pocas veces consigues resolver, te obligas a mantener una puesta en escena de reciprocidad a la muestras de afecto que se te dan, como un modo de compensar y, a la vez, propiciar que te sigan queriendo. Ya que hablo de cariño y de afecto parece apropiado decir que estableces una dinámica de “abrazo mortal”, es decir, te haces trampas a ti mismo, te eres deshonesto. No me extrañaría que cuando te sientes –por que sientes – acosado por tus fantasmas, demuestres tu furia para, acto seguido, tratar de remediarlo dando nuevas muestras de cariño, con su ya conocido resultado. Tienes mi admiración, mi afecto, mi respeto, me has devuelto la ilusión, los sueños, las dudas, todas las dudas. Celebraré si eso te produce cualquier felicidad, pero: ná te debo, ná me debes.
Estoy en estado de gracia, tú has sido el catalizador, como tal, puesta ya en marcha la reacción, no te necesito para nada.
Tú, a mí sácame de la lista de los agradecimientos.”

2 comentarios:

Anónimo dijo...

He leído ese texto y me he asombrado al ver que a mi me pasa lo mismo, es la descripción exacta de lo que me pasa y soy consciente de ello pero no quiero aceptarlo. Quiero romper con eso pero no puedo, estoy como atrapada, me gustaría saber como rompiste con esa cadena de cariño exagerado.

ratona dijo...

Anonima, ha pasado mucho tiempo y solo ahora que me cansé y hasta sentí asco de haber perdido la dignidad, es que me doy cuenta que yo valgo demasiado y no es posible hacer que nos quieran. Así que, después de perder la dignidad es que nos empezamos a valorar.