No puedo calcular exactamente que edad tenía cuando por primera vez conocí a Tintín, pero eso que importa, lo importante realmente fue lo que significó en mi vida. Fue mucho lo que me hizo soñar e imaginar, viajé gratis por el mundo entero, conocí paisajes que me enamoraron y viví junto a él aventuras únicas. Milú era mi preferido, también hubiera querido tener un perro que me hablara, además su tamaño era ideal, “el perro maletín” –asi lo catalogué yo- que podía llevarse a todas partes (el perro que “me tocó” amar en la vida, es una gigante Golden Retriver, y nada de “perro maletín” tiene, estorba como no se imaginan). Tintín llegaba a mi vida en libros de pasta dura y llenos de color, cada mes, gracias a un amigo de mi padre que me los enviaba de España. Abrir aquellos libros era olvidarse del mundo por unos cuatro días, miraba, leía una y otra vez, los olía, y así me la pasaba ilusionada y feliz.
Las Joyas de
A los Hermanos Hernández y Fernandez, El capitán Haddock, borrachito permanente, y al loco Profesor Tornasol, no los he olvidado aún, se metieron en mi corazón por siempre y aún siguen haciéndome reír y soñar como cuando niña. Me alegra no crecer tanto y poder seguir imaginando y deseando vivir todas esas aventuras.
Tintín me diferencio de los amigos del colegio y del barrio, mientras ellos leían Condorito y el Pato Donald, yo, la muy distinta –cosa que me alegra – leía esos libros venidos de otro continente. Por eso mi niñez fue tan especial, por eso soñé mas y perdí mas asignaturas en el colegio, pero parte de lo que soy hoy, se debe a aquel periodista bajito y calvo, que me hizo activar mi cerebro y obligarme a imaginar mundos únicos y maravillosos, en los que viví feliz.
PD. Y como Tintín, me hiciste imaginar otros mundos a través de tus sueños de cine, y ahora sin ninguno de los dos, prometo que no dejaré de soñar. Esto es para los dos.